29 junio, 2006

HADAS Y DUENDES DE HOY DIA

Uno de mis juegos favoritos desde hace algunos años es el de tratar de descubrir qué se esconde detrás de los rostros. Me explico. Te subes al autobús, y a tu lado se sienta un desconocido, y justo en ese momento empieza el juego. Lo miro de reojo, me fijo en su cara, su ropa, sus expresiones, si lleva algún objeto (teléfono móvil, libro, maletín, auriculares, etc…), y el siguiente paso es empezar a imaginarme quién es realmente esa persona. Me invento su profesión, sus pensamientos, su estado civil, si tiene o no tiene hijos, qué problemas puede tener ahora mismo, que le puede hacer feliz, etc. Y esto lo hago en cualquier lugar donde me encuentro con la mente sin nada en que pensar, jaja.
En mi balcón sólo pueden jugar a este juego los expertos. La gente pasa de un lado para otro en muy pocos segundos. Quizás tienes suerte y se paran a mirar algún escaparate o a comprar algo en un puesto del mercado. Como máximo tendrás entre 5 segundos y un minuto para dejar correr tus pensamientos e imaginar quién es cada cual. Y a esto me he dedicado en algunas horas muertas. Es un buen ejercicio. Lo recomiendo. Sobre todo porque es un juego en el que no hay ganadores ni perdedores.
Hoy, mientras jugaba en mi balcón, me llevé una de las sorpresas más gratas de estos últimos “avistamientos balconianos”. Estaba justo rehaciéndole la vida mentalmente a una señora con dos perros y una bolsa de la compra, cuando de repente apareció ella. Una chica joven, de aproximadamente 28 ó 30 años. Ni fea ni guapa, ni rubia ni morena, ni alta ni baja, ni gorda ni flaca. Cogía del brazo a un chico con una deficiencia psíquica, mucho más viejo que ella. Creo que tardó 10 segundos en esperar a que un coche les diese paso y otros 10 segundos en cruzar por completo la calle. Y así desapareció. Y así se quedó en mi mente. Fue como si el tiempo se hubiese detenido al más puro estilo de Matrix. Fue uno de esos momentos que duran una eternidad, como los cinco minutos que duermes por la mañana después de sonar el despertador, que te reconfortan como si hubieses dormido dos horas más.
Ella sonreía. Y el chico al que acompañaba también sonreía. Ella le hablaba con una paciencia y una normalidad muy lejana de la que adoptamos los seres normales ante casos tan particulares como pueden ser las personas afectadas por este tipo de problemas. Y digo “los seres normales” porque a partir de ese momento comprendí que esta chica tenía que ser muy especial. Se veía que se sentía orgullosa de ese paseo en compañía de aquel chico. Y ese orgullo se lo transmitía a él. Y todos los que mirábamos la escena se nos caía la cara de vergüenza. Una vergüenza de las que duelen, porque hasta ese momento te sentías que eras capaz de hacer cosas muy importantes, y sin embargo, aquella escena tan simple, te despertaba del sueño que te habías montado con tu vida ideal con un supertrabajo, supersueldo, supercoche y supercasa. Una vida donde los que son diferentes no tienen cabida. Al fin y al cabo, una vida vacía.
Y en mi juego, me imaginé que esta chica era un hada. Un hada como las muchas que existen hoy día. Con sus problemas y con sus virtudes. Quizá incluso se había sentido fracasada en muchos puntos de su vida. Quizá aún hoy se sentía fracasada porque no había estudiado una carrera, o porque no tenía un trabajo decente, o porque su familia la miraba como “la chica que pierde el tiempo pensando en los demás y perdiendo su vida, sin buscarse un novio con fundamento y un trabajo que le permita comprar una casita y tener hijos”. Sin embargo, para mí, resultó ser la persona más importante del mundo en ese instante. Un mundo que ha tomado unos valores que desvirtúan a las personas y las reducen al “tanto tienes, tanto vales”. En esos 20 segundos cambió todo. Ya no me pareció importante Maria Encarnación con sus dos títulos universitarios, ni Paco Javier, con su herencia millonaria y su coche de lujo. Ya no me pareció importante mi amigo el que consiguió tres ascensos en un año en el trabajo. La vara de medir cambió de rumbo. El gesto de aquella chica me pareció verdaderamente grande. Me entraron ganas de invitarla a un evento de estos importantes y darle el puesto preferente, desplazando, en contra de todo protocolo, al político de turno o la autoridad de máximo nivel.
En ese punto del juego mis conocimientos de física, matemáticas, química y otras ciencias quedaron reducidos a la mínima importancia en la vida. No podían competir con la entrega a los demás de aquella chica.
En ese punto del juego, por fin alguien ganó. Ganó ella. El hada que un día se paseo delante de mi balcón.
Que pena que ella no lo sepa. Que triste que las hadas y los duendes no sepan lo importantes que son.

2 comentarios:

jenifitas dijo...

Aprecio muchísimo tu cualidad de observar, de observar detalles que para el resto del mundo no resultan importantes. Pero aún más el entusiasmo que eres capaz de transmitir a través de tus palabras, con la misma ilusión que un niño cuando narra lo que le reglaron en su último cumpleaños, impregnas y contagias la magia de lo que vives cada día.
A pesar de ello, esta vez no soy capaz de compartirlo aunque inevitablemente se me quede una sonrisilla en la cara al leer tu relato.
Quizá no lo vea diferente. Como todo depende del cristal con que se mire. Yo te dejo mi visión. Quizá ese deficiente psíquico sea también un duende, que a pesar de su diferencia es capaz de enseñarle a tu hada cosas que ella había olvidado. Quizá el tampoco sea universitario, quizá no sepa dividir o multiplicar, pero quizá la sonrisa cálida provenía de él, la paciencia se la enseñó él porque seguramente él es capaz de disfrutar con las pequeñas cosas que a ella, como a muchos, se nos olvidó. Su deficiencia posiblemente es perceptible, quizá se le puede poner una etiqueta y catalogarlo en una de las muchas patologías. Pero seguramente la chica aprendió también a ver más allá de esos rasgos distintivos, y simplemente ve a su hermano, su padre o su amigo.
Porque ambos se aportan mutuamente, se ayudan y se consuelan. Porque los dos son personas, porque todos somos especiales (creía que eso me lo habías enseñado tú, y me entristece un poco pensar que se te olvidó)... espero que algún día el resto de la sociedad aprenda a ver más allá, a no distinguir, a no tener pena, a no pensar en ayudarlo, sino en verlo como a cualquier otro. A educar a niños aunque sean diferentes, teniendo presente sus características y sus limitaciones. Para que, aunque no logré ser presidente del gobierno ni un gran orador, sea capaz de manejarse y ser autónomo en su entorno.

En el mundo de los duendes y las hadas, los duendes siguen siendo duendes aunque una de sus orejitas no acabe en pico. Y un hada sigue siendo hada, a pesar de tener una alita más corta.

A M J dijo...

¿Y dices que soy yo el que observa los detalles?.
Mira tú por donde, me tropecé con otra hada por mi balcón virtual.
Gracias por refrescarme la memoria.
Seguiré buscando duendes y hadas, pero no en los bosques, sino en nuestro entorno.