02 junio, 2006

MIS SALVAVIDAS

Ya se han cumplido ocho meses desde que entré a mi balcón por primera vez. Han cambiado muchas cosas en este tiempo, pero a mi me parece por momentos que apenas ha pasado un minuto. Todo está muy distinto. Hubo un tiempo en que apenas podía abrir la puerta que separa el balcón de mi habitación, de mi espacio, de mi mundo. En ese tiempo el frío y la nieve se llegaron a apoderar en absoluta soledad de ese pequeño espacio exterior de la casa. Sin embargo ahora, con la llegada del calor, somos como dos confidentes. Él me cuenta sus pesares durante sus años de vida. Unos años que le dejaron cicatrices que hoy se pueden contemplar en forma de grietas. Ayer le propuse arreglarlas, pero se negó en rotundo. Me dijo que sin esas grietas ya no sería él. Y tenía razón.
Por mi parte yo le hago partícipe mudo de mis reflexiones y nostalgias. Y creo que él ha visto también mis heridas. Las heridas del hombre no son como las de un balcón. No se suelen ver a simple vista, pero existen. Y, con el paso de los años, te das cuenta de que esas grietas que la vida te ha ido dejando dentro a lo largo del camino han sido la causa de lo que eres. Por eso, al igual que mi balcón, me niego a que desaparezcan. Porque si dejasen de estar dentro, ya tampoco sería yo.
En estos ocho meses han cambiado muchas cosas. Las paredes blancas de mi habitación se han ido llenando de fotos, postales, cartas y recuerdos. Todo ello me sirve de salvavidas. Es como cuando estás nadando en alta mar, y de buenas a primeras se te pasan las ganas de mover los brazos y te dejas llevar por la corriente, hasta que, sin darte cuenta, te empiezas a hundir. En esos momentos necesitas un salvavidas. Algo que te ayude a recuperar las energías para ponerte nuevamente en marcha y continuar nadando hasta alcanzar tu objetivo. A mi me ayudan todos esos restos que decoran las paredes de mi habitación. Se que es absurdo decir que un trozo de papel te ayuda a vivir, pero no son los objetos los que desprenden esa energía, es aquello que representan lo que los hace especiales. La carta de un amigo, las fotos de la familia, las postales de los lugares visitados… no siempre los miro, pero se que están ahí. Desde la figuración física, me ayudan a recordar los momentos vividos, a saber porque estoy ahora aquí y, lo que es más importante, a entender porque debo continuar adelante. Esos son mis salvavidas. Y cada uno tiene los suyos. Hay de todos tipos. Se adaptan a cada periodo de nuestras vidas. Conocí a alguien cuyo salvavidas era su guitarra. Cuando sentía que las cosas dejaban de tener sentido, se aferraba al mástil de su guitarra y sus sonidos le hacían recuperar la energía para retomar el rumbo. Los padres suelen tener a los hijos como salvavidas, para luchar otro día más cuando el viento parece que no sopla a su favor. Los niños usan a sus muñecos, por eso algunos no consiguen dormir sin su juguete preferido por miedo a que el hombre del saco les rapte en la noche. Los amigos son buenos salvavidas. Y así podría continuar hasta ofrecer una lista infinitamente larga de esos motivos que nos ayudan a salir de la cama cada día. Todos tenemos nuestros salvavidas. Es cuestión de descubrirlos. ¿Tú que usas como salvavidas?
Durante ocho meses mi vida ha cambiado más que en los últimos cinco años. Todo cambia. Nada es fácil. Desde el balcón echo la vista atrás y repaso los malos momentos vividos, con la conclusión de que ahora no me parecen tan malos. Todo se supera. El listado que más me gusta revisar es el de momentos felices. A veces no caigo en la cuenta de lo largo que es. Todos tenemos buenos momentos. Y así pasan los días. Y así pasa la vida. Y así veo como a mi regreso a casa encontraré nuevos niños nacidos, nuevas parejas unidas, nuevos proyectos en las vidas de la gente que amo. Y así veo que para ellos también la vida ha cambiado muchísimo en estos meses. Pero estoy seguro de que para nadie ha sido fácil. Sin embargo, seguimos en camino, con nuestros salvavidas cerca, pero adelante. Y yo me alegro de poder seguir compartiendo el camino con los que están y con los que vendrán. Que sepáis que sois importantes para mí.
Y por todo eso, hoy soy feliz en mi balcón. Y por que me importas, quiero compartirlo contigo. Si te sirvo de salvavidas, aquí estoy.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo tenia tal solo un salvavidas, ya que lo preguntas, pero por causas de la vida, lo perdí, desde entonces no tengo salvavidas, pasé por muy malos momentos pero aun así seguí adelante, sin aferrarme a nada ni a nadie, sabiendo que el dia de mañana podria ser aún peor que el de hoy, sabiendo que lo unico real y cierto en esta vida es que hay más esfuerzoque hacer cada dia, más dolor que recibir, más sacrificio que realizar,y mucha más incomprensión hacia mi persona que tener que tolerar... y que quieres que te diga, mi salvavidas explotó hace mucho tiempo, y no dentro de tanto explotaré yo... pero bueno, cuando yo explote me sentiré mejor, o más bien, quizás, deje de sentir, que al fin y al cabo, son ellos,los sentimientos, los que me probocan mi disconformidad con el mundo que me rodea.Espero que a todos os vaya bien con vuestros salvavidas, pero tened cuidado de que no os explote uno en la cara y ya no deceeis tener ninguno más, nunca más.Atentamente... un amiguete.

Anónimo dijo...

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